miércoles, marzo 14, 2007

LA VIVIENDA EN ROMA


Aquel era un día importante en la vida de Spuria Tertia, su primer hijo cumplía 9 días. A partir de ese momento llevaría el nombre de su abuelo paterno: Manius.
Se había levantado temprano y había dado instrucciones a los esclavos para los preparativos. La ceremonia debía ser perfecta.
Cuando advirtió que todo estaba ya encauzado fue a buscar a su hijo para amamantarlo. Estaba sano y era hermoso. Spuria sintió que la felicidad de ese momento hacía que algunas lágrimas corriesen por sus mejillas.
Echó cuentas, hacía ya casi dos años que vivía en la villa, y sonrió al recordar su llegada a aquella casa.

En October dos años atrás, Spuria era una muchacha ilusionada con el matrimonio concertado para ella por sus padres. Sabía desde que tenía 11 años y Titus 22 que iba a casarse con el. Se sentía orgullosa, Titus Aelius, un muchacho rubio y apuesto al que conocía desde siempre, y que formaba parte de los Hastati de las legiones Romanas, sería su marido. Su padre, al igual que el de Spuria, era comerciante y vivían en la misma calle. Cuando cumplió los 16 años se fijó fecha para el matrimonio. Sería el primer día de Aprilis del siguiente año.
Recordó con horror el día en que su padre le comunicó que Titus había muerto. Unas fiebres habían acabado con su vida en apenas seis días. Ahora debían encontrar con urgencia un hombre para ella, ya tenía 16 años.
No había pasado mucho tiempo cuando su padre le anunció que se casaría con Lucius Salvius, un agricultor.
Spuria lloró durante días. Quien sería ese hombre? Sería amable con ella?. Lo imaginaba un anciano gordo y desagradable y se compadecía a si misma por tener que pasar su vida al lado de alguien así.
No lo conoció hasta 15 días antes de la boda cuando llegó a su casa una tarde para tratar con su padre los últimos detalles del matrimonio. Era alto y fuerte, de unos 35 años. Se quedó a cenar y aunque Spuria no asistió a la cena podía oír su risa fuerte y franca desde todos los rincones de la casa.
El día del matrimonio hubo una gran fiesta en casa de la novia a la que asistieron familiares y amigos de ambas familias y el novio entregó a Spuria el aro de hierro tradicional. Al llegar la tarde, como le habían explicado que debía hacer, Spuria se echó en brazos de su madre llorando y el novio la arrancó de allí en medio de gritos y sollozos.
Montaron en los carros amigos y familiares y salieron en comitiva hacia la casa del novio. Rieron y cantaron canciones picantes durante todo el camino. Llegaron poco antes del alba. Lucius entrego a Spuria un algodón y aceite y juntos ungieron las bisagras de la puerta de entrada. Los familiares de la novia la levantaron y cruzó el umbral de su nueva casa en el aire. Dentro la recogió el novio también en brazos y, entre las risas de algunos esclavos, fueron conducidos a sus aposentos.
Al día siguiente después de que Lucius saliera para encargarse de sus obligaciones y después también de hacer las ofrendas tradicionales a los dioses, Spuria quiso recorrer su nuevo hogar.
Salió de la casa y caminó hasta la entrada de la villa. Cuando franqueó el arco se volvió.
A derecha e izquierda de la entrada había edificaciones de tapial (encofrado de tierra con cal) sobre un pequeño zócalo de piedra que adivinó eran las casas de esclavos. Se encaminó hacia el interior de la villa y a su paso iba encontrando distintos edificios: el pajar, el almacén, el lagar, el corral, las porquerizas, las caballerizas, el hórreo y la bodega. Era mucho más grande y rica de lo que le había parecido a su llegada.
Había recorrido unos 150 metros cuando se encontró con el arco de entrada a la vivienda principal. Al atravesarlo se vio inmersa en un hermoso jardín. Había en el centro una fuente con un pequeño estanque circular y a los lados media docena de laureles de considerable tamaño.
Miró a la izquierda y vio otra construcción, era la casa el vilicus (encargado de la explotación). Esta estaba construida también sobre un zócalo de piedra, tenía un pequeño porche de madera y un naranjo cargado de frutos, aún verdes, dada la época del año. Contra el muro opuesto de la villa estaba el huerto. Se acercó a el, varios esclavos le sonrieron mientras recogían verduras y entresacaban las malas hierbas.
Volvió hacia la casa principal. Sus muros eran de adobe estucado (masa de yeso y mármol) de un color rosado que, al sol, le pareció el color más bonito que jamás hubiera visto.
La puerta de entrada era de madera y a cada lado de ella seis columnas sostenían el alero, también de madera y cubierto de tejas, de un pequeño porche que proporcionaba sombra a la entrada prácticamente todo el día.
Atravesando la gran puerta de madera entró en el vestibulum, una pequeña sala con algunos taburetes de metal. A ambos lados estaban las habitaciones. A ellas se accedía desde el atrium, un patio porticado al que daban todas las habitaciones de la villa y que en el centro tenía un gran impluvium para recoger agua de lluvia. Enormes buganvillas, del color del vino joven y plantadas en tinajas, se ceñían voluptuosas a las columnas del interior del patio.
Dio una vuelta al atrio y entró en el tablinium (salón de la casa), era una gran sala con dos ventanas hacia el atrio por las que entraba luz suficiente para ver los esplendidos mosaicos que adornaban el suelo de la estancia:Una esscena de hombres y mujeres hablando, rodeados de dibujos geométricos. En las paredes, como en el resto de la casa, había cada poco espacio lámparas de aceite colgadas a media altura para cuando la luz solar fuese más escasa.
Entró luego en el triclinium o comedor. De nuevo los mosaicos que adornaban el suelo la sorprendieron. Jardines con aves, escenas de caza,….todos ellos de vivos colores y una increíble belleza. Había varios divanes de madera y mesas de mármol esparcidos por la sala.
Más allá estaban los cubiculum (habitaciones). Ella entro en la suya y la estudió a conciencia. Era muy amplia, el suelo cubierto de losas de mármol rosa, y las paredes cuajadas de frescos representando niños, elementos vegetales, y escenas mitológicas.
El mobiliario era de madera en su mayoría. Había dos camas, varios taburetes, mesillas auxiliares y un gran tocador en el que dejó con cuidado el peine de marfil y el perfume de aceite de bergamota que le había regalado su marido la noche anterior.


El niño se había quedado dormido. Mientras lo llevaba a su cuna Spuria decidió darse un baño y trenzarse los cabellos para la ceremonia.
Pronto llegaría Lucius y ella deseaba estar hermosa para el. Había aprendido a amar a ese hombre que, como su villa, le estaba proporcionando días inolvidables en cualquier época del año.

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