lunes, marzo 26, 2007

HOTEL RURAL CAMINO DE LA LASTRA






El sábado 17 de Marzo estuvimos en el Hotel Rural “Camino de la Lastra”, un acogedor establecimiento de 5 habitaciones, cada una de ellas con nombre e identidad propias. Están provistas, todas ellas, de TV y DVD y un baño completo.
El hotel cuenta con bonitos rincones donde pasar un rato leyendo, viendo TV o simplemente charlando. El desayuno se vende con la habitación pero, también se puede comer de encargo.
Tiene también un pequeño jardín con piscina (climatizada) y barbacoa que, en verano, será sin duda uno de los rincones mas concurridos.
El hotel está hecho con materiales respetuosos con el entorno. Piedra en sus paredes, pizarra en la cubierta y carpintería interior y exterior de madera. Esta arquitectura tradicional le da al inmueble un carácter rústico y antiguo pero, al ser de nueva construcción, el interior no está desprovisto de las comodidades de hoy en día.
En el interior del hotel, exceptuando las habitaciones y para potenciar su carácter rural, las paredes conservan la piedra vista, esto y las dos chimeneas del inmueble hacen sus rincones envolventes y acogedores.
Existe en el hotel, para uso de los clientes, biblioteca, un amplio repertorio de películas en DVD, juegos de mesa y WIFI gratuito.
Seis hermanos son los responsables del hotel. Después de veranear en Sta. María de la Alameda toda la vida, decidieron construir la casa para poder ofrecer a otras personas la posibilidad de pasar unos días en tan hermoso lugar.
El enclave del hotel es magnífico. Está situado en el término municipal de Sta. María de la Alameda, en las estribaciones de la sierra de Guadarrama y a 1.420 m de altura.
Debido a su altura desde numerosos puntos del pueblo puede disfrutarse de espectaculares vistas de valles y montañas.
Está previsto que forme parte del futuro Parque Nacional de la sierra de Guadarrama debido, entre otras cosas, a su belleza y gran biodiversidad. Allí habitan algunos animales en peligro de extinción como la cigüeña negra o el águila imperial ibérica.
Las opciones de ocio en la zona son variadísimas: Senderismo, rutas a caballo, Pesca en los recodos de los ríos Cofío y Alberche, recogida de setas y para los más intrépidos, parapente.
La gastronomía de la zona consiste en buenas carnes de ternera de ganaderías propias, asados de cabrito, guisos de garbanzos con níscalos, y una gran variedad de platos a base de de las especialidades micólogicas que se recolectan en la zona.
Cerca de Sta. María de la Alameda se puede visitar poblaciones como El Escorial, Peguerinos, Robledo de Chavela, Las Navas del Marqués y Avila.
En resumen y desde nuestro punto de vista, tanto el Hotel “Camino de la Lastra” como el entorno en que se encuentra son muy recomendables.
Si Ud. no ha hecho planes para el próximo fin de semana no dude que allí pasará momentos muy agradables y tranquilos. Bueno, tranquilos solo si Ud. quiere.
Eche un vistazo a su página web: http://www.caminodelalastra.com/

miércoles, marzo 21, 2007

LA VIVIENDA EN LA EDAD MEDIA



Jimena estaba de nuevo sola en casa. A sus nueve años  ya hacía dos estaciones que se ocupaba de las tareas domésticas.
Su padre y hermanos habían salido, en cuanto despuntó el sol, hacia las eras. Era época de trilla y preferían hacer todo el trabajo posible antes de que el abrasador sol de Agosto estuviese muy alto.
Su madre y su hermana Elvira también habían salido, desde hacía seis días, iban a escardar. La recogida de lentejas era uno de los trabajos más duros de la estación. De hecho, su madre tenía un espantoso dolor de espalda de tener doblado el espinazo durante tantas horas al día y su hermana se quejaba de los arañazos y callos que tenía en las manos. Elvira iba a casarse después de la vendimia y la noche anterior se miraba las manos y comentaba con tristeza que esas no parecían las manos de una novia.
A Jimena le tocaba el trabajo de la casa. Era media mañana y ya había ido a buscar dos cántaros de agua y al río a lavar algunas prendas de ropa que había dejado sobre unos pequeños arbustos de romero para que el sol secase. Debía acordarse de recogerla en la tarde!
Su casa era como otras casas de la aldea. Desde fuera, tenía una amplia fachada de adobe encalado con 4 puertas, la de la vivienda, la del corral y dos más pequeñas a los lados. Estaba rematada por un techo a dos aguas de vigas de madera vistas y tejas sobre la cubierta. En su interior se dividía en una sala principal, a la que se accedía directamente desde la puerta de entrada y que tenía un gran hogar en el suelo haciendo esquina, tres alcobas en hilera y la parte trasera, en la que se encontraban la boca de la bodega (que se extendía bajo buena parte de la casa), la leñera y el pajar.
Cruzando una tras otras las alcobas de la casa, se encaminó al pajar, una sala grande y con altos ventanucos por los que se colaban dorados rayos de sol. Cogió paja y en el camino de vuelta, de la leñera cogió también un par de troncos. Con todo ello avivó la lumbre del día anterior. Puso el caldero de hierro al fuego y volvió sobre sus pasos hacia la bodega. De allí subió vino en una jarra de barro y una calabaza para el guiso de la noche y los llevó a la cocina. Volvió al pajar, cogió de nuevo paja en un cuévano grande, se echó al hombro un hatillo de alfalfa y metió en el bolsillo de su mandil algo de grano para las gallinas. Subió los dos peldaños que llevaban a la puerta de madera con grandes remaches de hierro y salió de la casa.
Adosadas, a derecha e izquierda de la casa, estaban las dependencias de los animales.
A la derecha, el corral, tenía una puerta muy grande porque en ocasiones tenían algún burro e incluso una vaca. Allí alimentó a las gallinas y recogió 3 huevos de los ponederos.
La primera puerta hacia la izquierda era la de una pequeña conejera. Les echó alfalfa y cuando se puso a retirar la cama de paja sucia por los excrementos de los animales, se dio cuenta de que había una nueva camada. Debían haber nacido la noche anterior. Los contó, junto con los nacidos la semana pasada, tenían nueve gazapos. Acabó de recoger la paja sucia, puso paja nueva y agachándose un poco salió cerrando tras de sí la pequeña puerta con el postigo de madera.
Un poco más allá entró en el recinto de las cabras. Cambió la paja sucia por la que le quedaba en el cuévano y las ordeñó.
Llevó el balde de leche a la casa y lo dejó en la cocina junto con los huevos que sacó con cuidado del bolsillo delantero de su mandil. Los animales estaban listos!.
El agua del caldero hervía, echó en él media gallina troceada junto con algunas verduras, garbanzos y calabaza en abundancia y cogió la escoba. Empezó a barrer por la alcoba de sus padres, era la que quedaba mas al fondo de la casa. Más allá estaba ya la escalera que bajaba a la bodega. Descorrió la cortina y entró. Las paredes eran de adobe encalado y Jimena advirtió no pocos trozos de cal en el suelo de la estancia. Esa alcoba, como toda la casa, empezaba a necesitar un nuevo encalado. Por todo mobiliario había un camastro no muy grande sobre el que colgaba un gran cristo de madera, un par de baúles dispuestos contra las paredes y un mueble que tenía una jarra con agua en la parte baja y una palangana en el estante superior y que era todo lo que necesitaban para el aseo diario.
Corrió la cortina para entrar en la alcoba de sus hermanos. El mobiliario era muy similar, dos camas en vez de una, el baúl de cada uno de ellos y el mueble para el aseo. Se dio cuenta de que no les quedaba jabón ni agua en el palanganero. Cuando acabó de barrer la alcoba de sus hermanos pasó a la suya. Elvira y ella dormían en la misma cama y sobre ella había una imagen de madera de una sonriente Virgen con un bonito manto azul.
Ninguna de las habitaciones tenía ventanas, por lo que en cada una de ellas había gruesas velas y juncos trenzados y cubiertos de sebo para encenderlas con facilidad.
Cuando acabó de barrer el suelo de tierra compactada, subió al “sobrado” (un altillo de madera que se extendía sobre toda la casa) por el que se tenía que desplazar agachada y, dejando a un lado los sacos con lentejas, garbanzos y trigo que tenían preparados para entregar a su señor, cogió un trozo de jabón de una gran cesta de mimbre. Lo había hecho con su madre unos meses atrás, mezclando grasa de cerdo, sosa cáustica y flores de lavanda. Lo puso en el palanganero de sus hermanos.
El guiso casi estaba listo. Le echó sal y unas ramas de orégano y lo separó un poco de la lumbre.
Limpió la mesa de comer, las sillas y el banco corrido de la sala principal.
Salió a la calle. Miró al cielo y pensó, por la altura del sol, que su familia estaría ya a punto de llegar a casa.
Revisó mentalmente sus tareas. Tenía la casa limpia, la cena preparada y….Vaya! había olvidado recoger la ropa que dejó secándose en los romeros.
Entró en la casa, cogió el capazo de mimbre y corrió hacia el río.

miércoles, marzo 14, 2007

LA VIVIENDA EN ROMA


Aquel era un día importante en la vida de Spuria Tertia, su primer hijo cumplía 9 días. A partir de ese momento llevaría el nombre de su abuelo paterno: Manius.
Se había levantado temprano y había dado instrucciones a los esclavos para los preparativos. La ceremonia debía ser perfecta.
Cuando advirtió que todo estaba ya encauzado fue a buscar a su hijo para amamantarlo. Estaba sano y era hermoso. Spuria sintió que la felicidad de ese momento hacía que algunas lágrimas corriesen por sus mejillas.
Echó cuentas, hacía ya casi dos años que vivía en la villa, y sonrió al recordar su llegada a aquella casa.

En October dos años atrás, Spuria era una muchacha ilusionada con el matrimonio concertado para ella por sus padres. Sabía desde que tenía 11 años y Titus 22 que iba a casarse con el. Se sentía orgullosa, Titus Aelius, un muchacho rubio y apuesto al que conocía desde siempre, y que formaba parte de los Hastati de las legiones Romanas, sería su marido. Su padre, al igual que el de Spuria, era comerciante y vivían en la misma calle. Cuando cumplió los 16 años se fijó fecha para el matrimonio. Sería el primer día de Aprilis del siguiente año.
Recordó con horror el día en que su padre le comunicó que Titus había muerto. Unas fiebres habían acabado con su vida en apenas seis días. Ahora debían encontrar con urgencia un hombre para ella, ya tenía 16 años.
No había pasado mucho tiempo cuando su padre le anunció que se casaría con Lucius Salvius, un agricultor.
Spuria lloró durante días. Quien sería ese hombre? Sería amable con ella?. Lo imaginaba un anciano gordo y desagradable y se compadecía a si misma por tener que pasar su vida al lado de alguien así.
No lo conoció hasta 15 días antes de la boda cuando llegó a su casa una tarde para tratar con su padre los últimos detalles del matrimonio. Era alto y fuerte, de unos 35 años. Se quedó a cenar y aunque Spuria no asistió a la cena podía oír su risa fuerte y franca desde todos los rincones de la casa.
El día del matrimonio hubo una gran fiesta en casa de la novia a la que asistieron familiares y amigos de ambas familias y el novio entregó a Spuria el aro de hierro tradicional. Al llegar la tarde, como le habían explicado que debía hacer, Spuria se echó en brazos de su madre llorando y el novio la arrancó de allí en medio de gritos y sollozos.
Montaron en los carros amigos y familiares y salieron en comitiva hacia la casa del novio. Rieron y cantaron canciones picantes durante todo el camino. Llegaron poco antes del alba. Lucius entrego a Spuria un algodón y aceite y juntos ungieron las bisagras de la puerta de entrada. Los familiares de la novia la levantaron y cruzó el umbral de su nueva casa en el aire. Dentro la recogió el novio también en brazos y, entre las risas de algunos esclavos, fueron conducidos a sus aposentos.
Al día siguiente después de que Lucius saliera para encargarse de sus obligaciones y después también de hacer las ofrendas tradicionales a los dioses, Spuria quiso recorrer su nuevo hogar.
Salió de la casa y caminó hasta la entrada de la villa. Cuando franqueó el arco se volvió.
A derecha e izquierda de la entrada había edificaciones de tapial (encofrado de tierra con cal) sobre un pequeño zócalo de piedra que adivinó eran las casas de esclavos. Se encaminó hacia el interior de la villa y a su paso iba encontrando distintos edificios: el pajar, el almacén, el lagar, el corral, las porquerizas, las caballerizas, el hórreo y la bodega. Era mucho más grande y rica de lo que le había parecido a su llegada.
Había recorrido unos 150 metros cuando se encontró con el arco de entrada a la vivienda principal. Al atravesarlo se vio inmersa en un hermoso jardín. Había en el centro una fuente con un pequeño estanque circular y a los lados media docena de laureles de considerable tamaño.
Miró a la izquierda y vio otra construcción, era la casa el vilicus (encargado de la explotación). Esta estaba construida también sobre un zócalo de piedra, tenía un pequeño porche de madera y un naranjo cargado de frutos, aún verdes, dada la época del año. Contra el muro opuesto de la villa estaba el huerto. Se acercó a el, varios esclavos le sonrieron mientras recogían verduras y entresacaban las malas hierbas.
Volvió hacia la casa principal. Sus muros eran de adobe estucado (masa de yeso y mármol) de un color rosado que, al sol, le pareció el color más bonito que jamás hubiera visto.
La puerta de entrada era de madera y a cada lado de ella seis columnas sostenían el alero, también de madera y cubierto de tejas, de un pequeño porche que proporcionaba sombra a la entrada prácticamente todo el día.
Atravesando la gran puerta de madera entró en el vestibulum, una pequeña sala con algunos taburetes de metal. A ambos lados estaban las habitaciones. A ellas se accedía desde el atrium, un patio porticado al que daban todas las habitaciones de la villa y que en el centro tenía un gran impluvium para recoger agua de lluvia. Enormes buganvillas, del color del vino joven y plantadas en tinajas, se ceñían voluptuosas a las columnas del interior del patio.
Dio una vuelta al atrio y entró en el tablinium (salón de la casa), era una gran sala con dos ventanas hacia el atrio por las que entraba luz suficiente para ver los esplendidos mosaicos que adornaban el suelo de la estancia:Una esscena de hombres y mujeres hablando, rodeados de dibujos geométricos. En las paredes, como en el resto de la casa, había cada poco espacio lámparas de aceite colgadas a media altura para cuando la luz solar fuese más escasa.
Entró luego en el triclinium o comedor. De nuevo los mosaicos que adornaban el suelo la sorprendieron. Jardines con aves, escenas de caza,….todos ellos de vivos colores y una increíble belleza. Había varios divanes de madera y mesas de mármol esparcidos por la sala.
Más allá estaban los cubiculum (habitaciones). Ella entro en la suya y la estudió a conciencia. Era muy amplia, el suelo cubierto de losas de mármol rosa, y las paredes cuajadas de frescos representando niños, elementos vegetales, y escenas mitológicas.
El mobiliario era de madera en su mayoría. Había dos camas, varios taburetes, mesillas auxiliares y un gran tocador en el que dejó con cuidado el peine de marfil y el perfume de aceite de bergamota que le había regalado su marido la noche anterior.


El niño se había quedado dormido. Mientras lo llevaba a su cuna Spuria decidió darse un baño y trenzarse los cabellos para la ceremonia.
Pronto llegaría Lucius y ella deseaba estar hermosa para el. Había aprendido a amar a ese hombre que, como su villa, le estaba proporcionando días inolvidables en cualquier época del año.

viernes, marzo 02, 2007

LA VIVIENDA EN LA PREHISTORIA



Habían celebrado su rito de unión hacía una semana.
Después de los días previstos de celebración entre los respectivos clanes, cogieron sus pertenencias y los regalos que familiares y amigos les habían hecho y, despidiéndose de sus familias con la promesa de una pronta visita, echaron a andar hacia el este.

Sabían que en aquella dirección, y en un espacio equivalente al que se puede recorrer en quince días de viaje a pié, no vivía ningún clan.
Caminaron con alegría y decisión durante tres días y…..

Allí estaba aquel magnifico agujero, orientado al sur y cerca de un valle por donde serpenteaba un río cristalino que les serviría para beber, bañarse, pescar…. Además en sus orillas crecían abundantes arbustos de bayas diversas que en primavera les obsequiarían con sus dulces frutos.
Entraron en la cueva y les pareció suficientemente espaciosa. Había una sala central prácticamente circular y un poco mas adentro una sala algo menor que les vendría muy bien para almacenar grano, verduras y carnes secas para el invierno.
El agujero de entrada no era muy grande y ninguna de las dos salas de la cueva tenía otro orificio que les proporcionase luz pero, ambos estuvieron de acuerdo en que eso evitaría que osos o pequeñas alimañas se colasen en su cueva para saciar el hambre con lo que encontrasen en la sala de almacenamiento.
Además,  habitaban el valle conejos en abundancia y algunos herbívoros mayores que les permitirían, sin demasiado esfuerzo, incluir en su dieta carne con regularidad.
El Clan mas cercano, el de la familia de su hombre, estaba a tres días de viaje a pié. Lo suficientemente cerca para poder reunirse con regularidad pero también suficientemente lejos para que no hubiera problemas de injerencia entre ellos.
Arrancaron unos manojos de juncos de la orilla del río, barrieron con ellos el interior de la cueva y extendieron sus pieles de dormir. Se abrazaron y, regalándose su amor, hicieron suyo por primera vez aquel espacio.
Decidieron el lugar donde ardería el fuego de su joven clan, casi en medio de la gran sala circular, y colocaron allí grandes piedras en círculo.
Después salieron de nuevo de la cueva. Ella fue a buscar leña para encender por primera vez ese fuego que, si todo marchaba según lo previsto, no dejarían que se apagase jamás y el subió a la montaña a practicar el agujero que les serviría para que el humo del hogar tuviese una salida y no se acumulase dentro de la cueva.
Al cabo de una hora ella ya había puesto madera de varios tamaños en el centro de las piedras y había acumulado leña para una semana más a la entrada de la misma.
Miró hacia arriba y vio que su hombre todavía no había terminado la chimenea así que decidió coger su honda y ver si podía cazar algún conejo para la cena.
Cuando regresó,  encontró encendido el hogar y la gran olla de piedra que le había regalado su madre estaba sobre el fuego con agua y algunas verduras sobrantes de su corto viaje.
Le sonrió y, después de degollar al animal y guardar su sangre en un cuenco de madera, lo desnudó de su piel, lo troceó y lo echó en la olla. 
Guardó cuidadosamente la blanca piel en un rincón para empezar a curtirla al día siguiente. Se hacían buenas prendas de abrigo con la piel de los conejos.
Mientras esperaban que el guiso de conejo con verduras estuviese listo, cogieron el cuenco con la sangre del animal y en la pared en la que más hermosas brillaban las llamas de su hogar, pintaron, juntos, los símbolos de sus respectivos clanes.